La depresión infantojuvenil se enmascara en «mal comportamiento»

Madrid, -Tradicionalmente asociada a los adultos y a síntomas como la tristeza, la depresión infantojuvenil también existe, pero puede enmascararse en conductas que suelen atribuirse a un «mal comportamiento» del niño o del adolescente como rabietas, irritabilidad, fobias o aislamiento.

Este viernes se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión, una enfermedad que ataca a unos 280 millones de personas -el doble a mujeres- en todo el mundo, en cálculos de la OMS, y a unos 2 millones de personas en España, el 5,4 % de la población. De ellas, unas 230.000 presentan cuadros graves.

Más difícil es ajustar las cifras en menores, puesto que hasta hace no mucho se negaba la existencia de la depresión infantil, recuerda a EFE Gloria Bellido, psicóloga clínica del Hospital Germán Trias i Pujol y coordinadora de la sección infantojuvenil de la Sociedad Española de Psicología Clínica (Anpir). La prevalencia estimada es de entre el 2 % y el 5 %.

Lo que sí tienen claro los expertos es que es un problema al alza desde hace años y que la pandemia ha traído consigo «un avance más abrupto de lo esperado», apunta Mar Faya, jefa de Psiquiatría del Hospital Niño Jesús de Madrid.

¿Qué es la depresión?

«La tristeza, la frustración, es normal, y todos podemos pasar épocas mejores o peores», argumenta Miguel Ángel Álvarez de Mon, psiquiatra del hospital madrileño Infanta Leonor. Para poder hablar de un episodio depresivo, tienen que converger durante al menos dos semanas una serie de síntomas, el principal, una «tristeza patológica».

No es la tristeza «normal» derivada de la pérdida de un ser querido o el trabajo, sino que viene sin motivo aparente; otras señales son la dificultad para concentrarse o para afrontar tareas cotidianas, y otras son más físicas como la pérdida o aumento del apetito.

Un estudio liderado por el Hospital Clinic de Barcelona y publicado en «Molecular Psychiatry» en 2021 situó los 14,5 años como la edad media de inicio de todos los trastornos mentales, que coincide con la época en la que el cerebro experimenta importantes cambios madurativos.

La investigación, un meta-análisis con datos de 192 estudios epidemiológicos a partir de 708.561 pacientes, revelaba que la mitad de los casos de depresión aparece antes de los 30 años y una cuarta parte antes de los 21.

Señales de la depresión infantojuvenil

Otro reciente estudio de Unicef España, elaborado conjuntamente con la Universidad de Santiago sobre 40.000 adolescentes, destapó que el 15 % de los chavales españoles presenta síntomas de depresión «graves o moderadamente graves». La misma encuesta revelaba un 10,8 % ha tenido ideas suicidas.

Ocurre, sin embargo, que no verbalizan como los adultos lo que sienten, con lo que el problema se detecta tarde y, en el peor de los casos, no se trata.

Los síntomas, explica la doctora Faya, varían según la edad, el desarrollo mental y emocional, el temperamento y la capacidad verbal para expresar sentimientos. En los más pequeños, «suelen aparecer molestias físicas, agitación, y temores».

«Parece que todo les molesta, están inquietos, eso que se dice que se portan mal. Pues no, no es que se porten mal», agrega Bellido.

En los más mayores, se da paso a las alteraciones de la conducta e irritabilidad. La tristeza, el llanto fácil, la pérdida de interés o de la capacidad de disfrute ante actividades que antes sí le proporcionaban placer o la disminución del rendimiento escolar son otros síntomas fácilmente reconocibles.

¿Por qué se deprimen nuestros niños?

Los expertos atribuyen los porcentajes a los factores ambientales que han sufrido nuestros niños en los últimos años, en los que se ha combinado miedo, incertidumbre, duelos por seres queridos o aislamiento social con el consumo excesivo de redes.

Así como, la violencia intrafamiliar o de género y la disminución de factores protectores como las actividades escolares y extraescolares o las salidas con amigos.

Pero no ha sido todo pandemia: «Como sociedad -apunta Faya- debemos reflexionar acerca de los estilos de crianza, la pérdida de valores, la búsqueda de la inmediatez, el mal uso y abuso de las redes sociales, la intolerancia a la frustración, así como la tendencia actual de psiquiatrizar/psicologizar el malestar emocional que forma parte de la vida».

¿Tiene algo que ver la sobreprotección por parte de los padres? Ese afán de protección, que deriva en un problema que acaba afectando al desarrollo integral y autonomía del niño, puede ser un factor de riesgo, pero «no sólo determinados estilos de crianza influyen» como tal; la vulnerabilidad genética, los factores psicológicos individuales o los traumas también «son muy importantes».

Fuente: EFE