En los últimos días ha trascendido que la Organización del Atlántico Norte (OTAN), Washington e incluso Moscú han dado muestras de estar en la búsqueda de opciones para terminar con la guerra entre Rusia y Ucrania. La Unión Europea (UE) y la mayoría de los países integrantes de la comunidad internacional pretende lo mismo.
Sin embargo, ni occidente ni el Kremlin disponen aún de una estrategia unificada que alcance la totalidad de los intereses rusos y permita lograr la paz. No obstante, esta semana ha crecido el número de los gobiernos europeos que emiten diariamente comunicados a la prensa de sus respectivos países informando que trabajan en la búsqueda de una solución para alcanzar tal objetivo.
El principal problema que encuentran aquellos que dicen estar trabajando fuertemente para poner fin a la guerra es que las opciones que manejan son simplistas y se fundan en escenarios desconectados con la realidad, de allí que la posibilidad de éxito sea dudosa. Al mismo tiempo, otros -los más realistas- reconocen la existencia de una profunda complejidad en la solución al problema. Así, es comprensible que los primeros sean más atractivos para la prensa internacional porque prometen el éxito del resultado con muy poco esfuerzo.
Lo cierto es que el actual estado de cosas no ofrece más que dos opciones para resolver de favorablemente la crisis y alcanzar el final de la confrontación. No obstante, ninguna de ellas brinda una solución inmediata para terminar con la guerra.
Para los expertos europeos, la primera variable que se evalúa asume que la invasión de Putin a Ucrania desencadenó la guerra exclusivamente por los planes de ampliación de la OTAN y su idea de incluir a Ucrania como miembro de la Alianza. La siguiente opción, asume que hay que acercarse a Vladimir Putin sin descartar que el líder ruso pueda aceptar negociaciones siempre que obtenga beneficios.
Aquellos que adhieren a la hipótesis de la expansión de la OTAN como nexo causal y desencadenante de la guerra, sostienen que la solución no es compleja y defienden la idea que para poner fin a la guerra, la OTAN debe hacer pública su posición ante el mundo e informar claramente que Ucrania nunca será miembro de ella.
En esa línea de pensamiento, muchos creen que los rusos se sentirán satisfechos al saber del rechazo a Ucrania por parte de la Alianza y retirarán sus fuerzas militares, cesaran sus disparos de misiles sobre blancos civiles y acordarán una suerte de pacificación digna para las partes.
El problema para los que sostienen esa posición es que la guerra “no fue ni es sobre el accionar de la OTAN y no tiene que ver con su ampliación geográfica ni con la amenaza que representaría tal movimiento para Moscú”. Tampoco tiene incidencia el deseo de Ucrania de incorporarse a la OTAN ya que si el problema fuera ese el Kremlin habría tomado medidas reactivas hace mucho tiempo.
Si la OTAN fuera una amenaza y si la inclusión de Ucrania fuera inminente, los políticos europeos, estadounidenses y rusos no habrían afirmado como siempre lo han hecho que eso no sucedería ni ahora ni en el futuro. En febrero de 2022, Moscú no tenía ninguna razón lógica para temer a la OTAN o a Ucrania y tampoco la tenía en 2014, cuando en realidad Rusia comenzó la guerra al invadir el sudeste ucraniano.
Así las cosas, enfocar el análisis en la culpabilidad de la OTAN no solo es un argumento endeble sino que carece de sustento y sentido alguno desde la declaración formal de falta de interés de la OTAN en incorporar a Ucrania, lo que deja claro que Kiev no resulta un problema para Rusia. La realidad es que la OTAN no inició la guerra y tampoco puede terminarla con meras declaraciones formales que manifiesten su posición de rechazo a Ucrania.
Hoy, el punto concreto para alcanzar un acuerdo con Putin se basa en la suposición de que el hombre fuerte del Kremlin necesita la paz y que no tiene la intención de destruir a los ucranianos.}
Algunos analistas europeos han propuesto incluso que en esa estrategia de negociaciones Ucrania entregue partes de su territorio a Rusia; otros han llegado a sugerir a Ucrania que venda los territorios que Rusia reclama como suyos; y otro sector ha argumentado que se celebre un referéndum definitivo en los territorios en disputa para zanjar el controversial y que el resultado sea aceptado despojado de cuestionamientos por el gobierno ucraniano.
Sin embargo, estas variables en la búsqueda de una solución se tornaron inviables en septiembre de 2022, cuando Putin anexionó de forma oficial al territorio de la Federación Rusa las regiones de Kherson, Donetsk, Zaporizhzhia y Lugansk, y considerando que la Constitución Rusa no habilita ninguna cláusula que autorice la desconexión de territorios propios cualquiera sea la forma en que hayan sido incorporados a la Federación, desde la mirada de Moscú se interpreta que las cuatro provincias no están ocupadas sino que pertenecen a Rusia y no pueden ser devueltas y aunque Vladimir Putin vulnera sistemáticamente el estado de derecho, no está́ facultado para ignorar el procedimiento constitucional.
De hecho, la legitimidad que se arroga encuentra su raigambre en su propia pretensión de seguir las normas. En esta opción tampoco ayuda la posición del presidente ucraniano Volodimir Zelensky de cara a la próxima cumbre de la OTAN del mes de Junio a celebrarse en Lituania, en la que espera que Ucrania sea aceptada como miembro, algo difícil que suceda pero no improbable.
Por otra parte, Putin no tiene urgencias en la búsqueda inmediata de una paz que dice no necesitar. Sin embargo, en atención a las implicancias negativas de la guerra para Rusia, su ejército y su economía, Putin tiene claro que su supervivencia física y política no tiene más opciones que la de una victoria aplastante, lo que no le resaltará simple ya que deberá́ asumir la continuidad del derramamiento de sangre de sus propias fuerzas militares -algo que está ocurriendo en el actual estado de la guerra- aunque esa parece ser la estrategia por la que el líder ruso se inclinó. No obstante, Putin no va a dejar de lado su cuestión personal con Ucrania y su estrategia -de siempre- por resolver a su manera el problema ucraniano de forma definitiva.
Así las cosas, las opciones para poner fin a la guerra mediante la aplicación de políticas plausibles de satisfacer a ambas partes es el equivalente a tomar en consideración que el principal obstáculo para cualquier tipo de plan de paz legítimo sigue siendo Vladimir Putin. Si él se marchara -sea por propia voluntad o no- la solución será posible. Hoy Putin es parte del problema y jamás será una solución que modifique el escenario político-militar actual. Mientras Putin esté al mando siempre habrá graves escollos por superar.
Si él fuera reemplazado por una persona o un gobierno de varias personas, la Constitución rusa podría ser reformada en unos pocos puntos muy necesarios y de forma no traumática. Entonces, el dislate de la guerra pudiera quedar atrás y Rusia podría situarse en un lugar mucho más favorable para recomponer sus relaciones con Occidente.