Una pandemia de teorías conspirativas se difunde por internet en todo el mundo

Dependiendo de con quién hables, la actual pandemia de coronavirus podría ser el producto natural de la evolución, el resultado de un accidente de laboratorio o un arma biológica diseñada por China.

Las medidas de confinamiento para imponer las restricciones de distanciamiento social pueden ser medidas responsables diseñadas para proteger la salud pública o parte de un complot del Partido Demócrata para destruir la economía con el objetivo de reducir las posibilidades de reelección del presidente Trump en noviembre.

El doctor Anthony Fauci, principal especialista en enfermedades infecciosas del país, puede ser un respetado profesional médico o un ladino miembro del “estado profundo” que está usando el coronavirus (que podría o no haber ayudado a crear) para controlar al público a través de una vacuna obligatoria.

Y estas son solo algunas de las historias que se están difundiendo por Estados Unidos. 

En países de todo el mundo, circulan ideas igualmente inverosímiles, derivadas en parte de sus situaciones políticas e históricas particulares, pero hacen polinización cruzada con una amplia gama de teorías conspirativas, información y contenido erróneo patrocinado por el estado, que van desde propaganda descarada hasta campañas de desinformación más sutiles.

En algunos casos, la escasez de información verificable ha dado lugar a la difusión de información errónea por parte de fuentes que habitualmente tienen buena reputación y buenas intenciones. Sin embargo, la “infodemia” del coronavirus ha permitido que una gran cantidad de actores perversos ‒desde el gobierno ruso hasta extremistas a nivel nacional, pasando por estafadores que venden falsas curas‒ exploten las fisuras sociales para su beneficio político o personal.

“Todo esto solo hace que contribuir a este flujo masivo e imparable de información, que sería imposible contener incluso para la sociedad más resiliente”, dijo Nina Jankowicz, miembro del Centro Wilson.

De hecho, Jankowicz le explicó a Yahoo News que, salvo en países como Turkemistán, donde el gobierno ha impuesto restricciones totales a cualquier tipo de información relacionada con el coronavirus, “no puedo imaginar a un país en el que en este momento no proliferen teorías conspirativas o información errónea”.

La desinformación alimenta la ansiedad y promueve respuestas emocionales e irracionales. “Pienso que es un error habitual creer que la desinformación crea algún tipo de nuevo sentimiento en la gente”, dice Jankowicz. “A menudo, lo que hace es convertir los sentimientos preexistentes en un arma o, ciertamente, los amplifica”.

“Así que, por ejemplo, los grupos antivacunas serán más propensos a comprar este tipo de historias según las cuales la vacuna es una especie de instrumento para el control global. La gente que desconfía de Estados Unidos. Ya sea en Oriente Medio, en China o en Rusia, serán peones de las máquinas de propaganda de su nación”.

Se puede ver cómo funciona este fenómeno en los metadatos. En una entrevista con Politico el mes pasado, Joel Meyer de Predata, una firma de análisis predictivos, dijo que desde el comienzo de la pandemia su firma ha observado un aumento del tráfico de internautas de habla persa o hindi en sitios web que critican la medicina occidental y promueven métodos de curación alternativos, entre otros, suplementos cuya eficacia no ha sido probada. Al mismo tiempo, Meyer dijo que en “los idiomas europeos, incluido francés, alemán e italiano, la atención a los antivacunas ha crecido de veras recientemente”.

“Estamos viendo crecer el interés en medicinas y tratamientos alternativos a niveles sin precedentes”, le explicó a Politico, concluyendo que, en base a los análisis, “este tipo de desinformación está haciendo mella, está teniendo efecto”.

Así es cómo se está desarrollando la pandemia de teorías conspirativas en distintos países:

Alemania

La buena disposición general del público alemán a cumplir con las estrictas medidas de confinamiento nacional ‒junto a otra serie de iniciativas que incluyen la realización masiva de test y un agresivo rastreo de los contactos‒ ha sido reconocida por haber contribuido a que la tasa de mortalidad por el coronavirus sea relativamente baja, a pesar de ser uno de los países con más casos confirmados. De acuerdo a los últimos datos de la Universidad Johns Hopkins, consultados el martes por la tarde, Alemania tenía 176 551 casos de coronavirus confirmados, justo por debajo de Francia, el octavo país con mayor número de casos en todo el mundo. Sin embargo, las cifras de personas fallecidas en Alemania ha sido poco más de 8 000, en comparación con las 28 025 de Francia. 

A la luz de este éxito aparente, en las últimas semanas, el gobierno alemán ha comenzado a levantar lentamente muchas de sus restricciones, y permitió la reapertura de escuelas, comercios y parques infantiles, así como de iglesias y museos. Incluso se le permitió a la liga de fútbol del país reanudar la temporada el pasado fin de semana, aunque sin aficionados en las gradas y siguiendo complejas reglas de distanciamiento social dentro (no se permiten codazos) y fuera del terreno de juego (cuarentena obligatoria de pretemporada y pruebas periódicas).

Sin embargo, en medio de todo esto, han aumentado las protestas contra las medidas de confinamiento del país, pasando de algunas decenas de manifestantes el mes pasado a más de 10 000 manifestantes en las marchas celebradas por toda Alemania el pasado fin de semana. 

Las protestas recientes en Alemania contra las restricciones por el coronavirus han atraído a un batiburrillo de simpatizantes de todo el espectro político e ideológico, desde la izquierda anticapitalista hasta los neonazis, activistas antivacunas y ciudadanos comunes a los que simplemente les preocupa la economía. De acuerdo a un artículo reciente del New York Times, parece que detrás de la movilización de recursos para hacer posibles estas manifestaciones hay miembros de la extrema derecha alemana, incluido el partido Alternativa para Alemania, de corte nacionalista y antiinmigración, que intentan capitalizar el descontento compartido por estas facciones aparentemente dispares. Yahoo News ha informado que a los expertos en Estados Unidos les preocupa que las protestas contra el confinamiento estén siendo cooptadas por grupos paramilitares antigubernamentales de extrema derecha. 

“Las teorías conspirativas siempre han tenido el potencial de unir a personas distintas porque las une un enemigo común”, dijo Pia Lamberty, doctoranda en la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz, en Alemania, quien estudia las creencias en teorías conspirativas. Como ejemplo, dijo, el movimiento antivacunas reúne a padres que apuestan por las alternativas ecológicas, con gente de clase media y miembros de la extrema derecha”.

Pero hay aspectos de las últimas manifestaciones contra el confinamiento que parecen verse influidos por la historia y la cultura alemanas, empezando por las comparaciones que muchos teóricos de la conspiración han hecho entre las restricciones y las políticas llevadas a cabo por el Partido Nacionalsocialista o Nazi y que afirman que las vacunas pronto serán obligatorias, señaló. Lamberty dijo que algunos manifestantes incluso llegaron a ponerse parches de la estrella de David o brazaletes como los que los judíos europeos eran forzados a llevar bajo el régimen nazi, una evocación del imaginario del Holocausto que sugiere que quienes se oponen a las vacunas o crean teorías conspirativas están enfrentando una opresión de alguna manera similar bajo las restricciones actuales por el coronavirus. 

Lamberty dijo que en la antigua Alemania Oriental, que era una república satélite de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, los manifestantes son más propensos a comparar las medidas de confinamiento con el comunismo que en la parte occidental. 

Lamberty y otros investigadores alemanes han hecho un seguimiento al reciente aumento de teorías conspirativas que se hacen eco de las proliferadas en Estados Unidos, muchas de las cuales se centran en la desconfianza respecto a un pequeño grupo de élite, que incluiría a expertos en medicina y autoridades sanitarias, y de los cuales se cree que están conspirando contra el bien público para beneficio propio. Este tipo de teorías conspirativas han recibido un notable impulso recientemente en las redes sociales al ser compartidas por famosos alemanes como el cantante Xavier Naidoo y Atilla Hildmann, un popular chef y escritor de libros de cocina vegana. 

Lamberty también señaló que en las últimas semanas, “las teorías sobre la conspiración QAnon, que antes no jugaba un papel relevante en Alemania, se han comenzado a difundir cada vez más en el país”. El movimiento QAnon está construido en torno a una serie de mensajes crípticos que pretenden decir que Donald Trump lucha contra una conspiración internacional de las élites y burócratas del “estado profundo” involucrados en secuestros, abusos, torturas y asesinatos de niños. 

Reino Unido

Los ciudadanos del Reino Unido son de los primeros que demostraron los posibles efectos de la “desinfodemia” en el mundo, con rumores según los cuales la propagación del virus estaría vinculada con la difusión de la tecnología de telefonía móvil 5G, los cuales aparentemente provocaron una oleada de incendios contra las nuevas infraestructuras. El 21 de abril, Associated Press informó que “el mes pasado se registraron unos 50 incendios en torres de telefonía móvil y otros equipos en Gran Bretaña, lo que dejó un saldo de tres detenciones. De acuerdo al grupo comercial, ha habido hasta 80 casos de ingenieros en telecomunicaciones que han sido objeto de abusos en su trabajo, lo que convierte al Reino Unido en el núcleo central de los ataques”.

A pesar de que los científicos han desmentido hasta la saciedad las afirmaciones según las cuales la COVID-19 está causada por la tecnología 5G, la teoría conspirativa ha seguido resonando entre el público británico y ha pasado a formar parte de las protestas anticonfinamiento.

Hasta ahora, las versiones británicas de estas protestas han sido relativamente pequeñas en comparación con sus homólogos en Alemania y Estados Unidos. Durante el fin de semana, Piers Corbyn, el hermano del exlíder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, fue uno de los 19 manifestantes detenidos en una concentración que reunió a medio centenar de personas en Londres en desafío a las medidas de distanciamiento social. De acuerdo a The Guardian, antes de su detención, Corbyn había usado un megáfono para promover teorías conspirativas desmentidas oficialmente, afirmó que “la vacunación no es necesaria” y declaró que la pandemia de coronavirus es un “pack de mentiras para lavarnos el cerebro y mantener el orden”.

Tras resistirse inicialmente a la implementación de las medidas de confinamiento nacional, el primer ministro británico Boris Johnson lanzó un nuevo conjunto de reglas diseñadas para seguir facilitando el distanciamiento social tanto como sea posible, al tiempo que se les permite volver al trabajo a quienes no puedan hacerlo desde sus casas, con la excepción de los trabajadores de la hostelería y los trabajadores del sector minorista que no sean esenciales. 

Oriente Medio

Jankowicz señaló a Oriente Medio como ejemplo de una región donde las creencias culturales y religiosas y las convicciones políticas ‒incluida la desconfianza hacia las poderosas fuerzas externas, especialmente en Estados Unidos‒, han permitido que florezca una combinación de teorías conspirativas, informaciones erróneas y desinformación promocionadas por el Estado. 

Durante un panel de discusión en torno a esta cuestión celebrado la semana pasada, Merissa Khurma, gestora de proyectos para iniciativas especiales en Oriente Medio en el Centro Wilson, resumió las piezas principales de información errónea relacionadas con el coronavirus que han estado circulando por Oriente Medio. Entre ellas, hay una serie de falsas afirmaciones sobre el coronavirus difundidas principalmente por redes sociales, como por ejemplo, las advertencias infundadas de que el virus puede causar infertilidad en los hombres y los métodos no comprobados para prevenir la infección, como son comer ajo, beber agua tibia cada 15 minutos y rezar cinco veces al día. 

Más allá de las redes sociales, Khurma señaló que las teorías conspirativas sobre los orígenes del virus, entre ellas las afirmaciones deliberadamente falsas de que el virus fue creado por Estados Unidos como parte de una guerra económica contra China, se han estado difundiendo a través de “canales oficiales” como el del gobierno iraní, así como de los canales de televisión en árabe propiedad de China y Rusia. Los periodistas también han difundido teorías conspirativas repitiendo afirmaciones infundadas.

“De acuerdo a un columnista de un diario saudí, el virus es un plan de las empresas farmacéuticas occidentales para beneficiarse con la venta de la cura y una vacuna”, dijo Khurma. 

Otra teoría conspirativa que fue tuiteada por Noura Al-Mutairi, quien escribe en el popular diario en árabe, Al Bayan, sugiere que el coronavirus en realidad fue creado como parte de un complot del gobierno catarí para sabotear la Exposición Universal de Dubái 2020, pospuesta debido a la pandemia, así como el plan “Vision 2030” de Arabia Saudí para reestructurar la economía del país. 

Finalmente, Khurma señaló otro ejemplo de propaganda destacado recientemente por el Washington Post que dice que el gobierno egipcio ha desarrollado una cura para el coronavirus y que ya está “salvando al mundo” de la “conspiración” de la pandemia propagada por Occidente. 

Rusia 

La propaganda rusa ha estado capitalizando la pandemia para avanzar en el objetivo de Moscú de avergonzar a los gobiernos occidentales y generar alteraciones en las sociedades norteamericanas y europeas. 

Según un informe de febrero realizado por Amy MacKinnon de Foreign Policy, en los medios rusos se ha estado afirmando, al menos desde finales de enero, que el virus tuvo su origen en Estados Unidos.

“El tema dominante de las historias que se cuentan en los medios rusos, desde sitios web marginales a la televisión en horario de máxima audiencia, es que el virus fue producido en laboratorios estadounidenses y que está destinado a perjudicar el desarrollo económico de China”, escribió MacKinnon. Augura que algunos de estos discursos se seguirán difundiendo por todo el mundo, también en Estados Unidos, y escribió que “algunos artículos han flirteado con la idea de que Bill Gates o el archienemigo del Kremlin, George Soros, podrían tener algo que ver con el brote”, mientras que otras teorías propusieron que el virus podría ser un arma biológica o parte de un complot de las empresas farmacéuticas para ganar dinero. 

Aunque MacKinnon señaló que a mediados de febrero, la audiencia primaria de esta propaganda era “en gran medida nacional”, el Kremlin extendió pronto su campaña de desinformación más allá de las fronteras rusas. Según se ha informado, también ha alcanzado a la audiencia de Europa del Este, concretamente Lituania, que se ha visto afectada por una avalancha de mensajes falsos o engañosos diseñados para avivar el miedo al virus y promover sentimientos negativos hacia Estados Unidos y la OTAN. Por su lado, la Unión Europea ha acusado a Rusia de difundir información falsa, contradictoria y confusa sobre el coronavirus en inglés, español, alemán, italiano y francés como parte de una “considerable campaña de desinformación” para generar pánico y desconfianza, unas acusaciones respaldadas por la inteligencia estadounidense y el Departamento de Estado de Estados Unidos. El Kremlin ha negado estas acusaciones.

De acuerdo a funcionarios de Estados Unidos, China e Irán se han hecho eco de la propaganda rusa en torno al coronavirus, por lo que han emprendido campañas de desinformación similares para culpar a Estados Unidos desviando así las críticas a su forma de gestionar la pandemia. 

Brasil

En marzo, el Washington Post incluyó a Brasil en la lista de países en los que los ciudadanos y las autoridades sanitarias del gobierno hicieron sonar las alarmas por usar WhatsApp, el servicio de mensajería cifrada propiedad de Facebook, para difundir teorías conspirativa sobre el coronavirus, incluidas afirmaciones inexactas sobre cómo se propaga el virus y sobre formas de tratarlo. 

Más de dos meses después, mientras sigue aumentando el recuento de casos en Brasil, las autoridades sanitarias del país han tenido que luchar junto a muchos gobernadores de los estados contra una fuente de información errónea sobre el virus que probablemente sea la más poderosa: el presidente Jair Bolsonaro.

Bolsonaro es uno de los pocos líderes del mundo que siguen negándose a tomarse en serio el coronavirus, aun cuando su país se está convirtiendo rápidamente en uno de los nuevos epicentros de la pandemia global. 

El miércoles por la noche, el ministro de salud de Brasil anunció que el país había registrado 19 951 nuevos casos de coronavirus en las últimas 24 horas, aumentando el número de casos confirmados a 291 579. El ministro de salud también informó de 888 muertes más relacionadas con el coronavirus, elevando la cifra de fallecidos a nivel nacional a 18 859, según datos del miércoles por la noche. A principios de esta semana, Brasil superó oficialmente a España, Italia y Reino Unido como el lugar del mundo con el mayor brote de coronavirus. 

Pero a pesar de esto, Bolsonaro, ha seguido eludiendo la gravedad del virus, al cual se ha referido como “una pequeña gripe”, y ha rechazado de forma reiterada las recomendaciones de distanciamiento social de los expertos en salud brasileños e internacionales. Las diferencias con el enfoque de Bolsonaro para afrontar la crisis ha dado como resultado la renuncia de dos ministros de salud en el último mes.

Si bien las encuestas recientes muestran que dos de cada tres brasileños apoyan las medidas de distanciamiento social que han implementado muchos gobernadores de estados siguiendo las recomendaciones de los expertos en salud, Bolsonaro ha sido una de las voces más audibles en el pedido de que se reabran las empresas. Desafía públicamente las pautas de distanciamiento social establecidas por su Ministerio de Salud encontrándose habitualmente con sus seguidores y se ha convertido en un firme defensor del uso de la cloroquina ‒una variante del medicamento contra la malaria también promovida por el presidente Trump‒ a pesar de la falta de pruebas de su eficacia para tratar el coronavirus.