Si de méritos dudosos se trata, basta escribir en nombre de Robert Hanssen en la página oficial del FBI para comprobar que el que se le acredita es realmente escandaloso: “El 12 de enero de 1976, Robert Philip Hanssen juró hacer cumplir la ley y proteger a la nación como un agente especial del FBI.
En cambio, se convirtió en el espía más dañino en la historia de la Oficina”, se puede leer ahí.
Cuando lo arrestaron, en febrero de 2001, el hombre llevaba más de veinte años espiando para los rusos, no solo pasando información interna del FBI, sino también de la CIA y del Departamento de Estado.
Nunca espió por motivos ideológicos o por simpatías nacionales. Lo hizo primero para la Unión Soviética y siguió haciéndolo para Rusia, sin que le importaran el pasaje del socialismo al capitalismo y la caída del Muro de Berlín.
Su motor fue siempre el dinero, mucho dinero: en esas dos décadas de labor de topo – según la investigación del FBI – embolsó 1.400.000 dólares en efectivo, otro tanto en transferencias bancarias a cuentas en paraísos fiscales y una verdadera colección de diamantes que, como se sabe, son fácilmente convertibles en billetes.
A cambio, entregó agentes de inteligencia norteamericanos que operaban en el exterior, secretos de Estado, organigramas de inteligencia, y también dio aviso de operativos en marcha para capturar a espías rusos que operaban en los Estados Unidos, de los que tenía información de primera mano porque lo habían destinado al área de Contrainteligencia del FBI.
La propia agencia lo reconoce: “Las actividades de espionaje de Hanssen comenzaron en 1985. Dado que ocupaba puestos clave de contrainteligencia, tenía autorizado el acceso a información clasificada. Utilizó comunicaciones encriptadas, y otros métodos clandestinos para proporcionar información a la KGB y su agencia sucesora, el SVR.
La información que entregó comprometió numerosas fuentes humanas, técnicas de contrainteligencia, investigaciones, docenas de documentos clasificados del gobierno de los Estados Unidos y operaciones técnicas de extraordinaria importancia y valor”, dice la página del FBI.
Ese destino en Contrainteligencia también le permitió mantenerse a salvo, en las más profundas sombras, durante años. Él mismo se ocupaba de borrar cualquier indicio o pista que pudiera llevar a él, no dejaba huellas.
Cuando lo descubrieron tampoco tuvo escrúpulos para evitar la segura condena a muerte por traición. Negoció reconocer quince delitos de espionaje y entregar todo lo que sabía de los rusos, agentes incluidos, para recibir la pena de prisión perpetua sin posibilidad de libertad condicional que, el 10 de mayo de 2002, le impuso el tribunal encargado de juzgarlo.
Fuente: Infobae