Por: Dalton Herrera
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Como diría mi amigo y colega Alfredo de la Cruz, no hay ni piedad ni misericordia.
En estos tiempos tan extraños, no ha importado el gasto excesivo de la publicidad gubernamental, ni el caudal de préstamos que sobrepasan los 16 años de gobiernos peledeístas y que no se han extrapolado en ninguna obra de relevancia que pudiera ser recordada.
Tampoco ha indignado a nadie el mercado de pulgas político donde el partido oficialista, a través de su satélite y entelequia "Justicia Social", ha desatado un frenesí de compra y venta de dirigentes que solo velan por sus intereses, sin importar valores, principios ni ética.
Ha pasado hasta desapercibido la primera condena por narcotráfico a un diputado en funciones que, de sus propias palabras, se ufanaba de haber sido pieza clave en Santiago durante la campaña electoral de 2020.
Poco importa la carestía de la canasta básica familiar, el estancamiento de los salarios y la deriva antidemocrática en el país de hacer saltar por los aires el sistema de partidos.
"¡Qué fastidio son las áreas protegidas y el medioambiente!", dirían algunos que prefieren mirar hacia un lado y no ver de frente la tragedia monumental que ocurre en Las Dunas de Baní, o mucho menos prestarle atención al asesinato del ambientalista Francisco Ortíz, quien entregó su vida en Constanza para que no extrajeran arenas de un río en Tireo frente a unas autoridades indolentes.
Se vale justificar que lo malo de antes se puede triplicar y no pasará nada, porque antes estaban "los villanos" y ahora gobiernan "los buenos".
Se puede argumentar que antes reinaba la corrupción e impunidad, por lo que hoy debemos quedarnos callados, pese a que en este Gobierno no ha sido sometido el primer funcionario de primer o segundo orden, a pesar de las numerosas denuncias y escándalos que se han ventilado por las redes sociales y pocos medios de comunicación.
Hay licencia verde para inaugurar obras que ya estaban inauguradas y apropiarse de los logros del pasado, pero al mismo tiempo se vale tapar los errores de hoy culpando los desaciertos del ayer.
¡A nadie le importa nada, todo se vale!
El letargo de los pueblos y la embriaguez social que deja el exceso de la propaganda, suele ser el caldo de cultivo para eventos futuros que pudieran hacer caer de la cama al que estaba dormido y producir resaca al borracho obnubilado.
Todavía hay chance, pero hay que despertar… antes que sea demasiado tarde.