La reconstrucción de la catedral de Notre Dame revelará al mundo la belleza de su piedra blanca tras una cuidadosa reconstrucción, luego del devastador incendio de 2019, un proyecto que, sin embargo, no ha estado exento de polémicas.
Tras el grave incendio del 15 de abril de 2019, el Gobierno y la Iglesia de Francia acordaron emprender un ambicioso esfuerzo para recuperar el templo en un plazo inicial de cinco años, convirtiendo la tarea en un símbolo de orgullo nacional.
Una campaña recaudó casi 800 millones de euros gracias a cientos de miles de donantes de 150 países, mientras se estableció un organismo público encargado de organizar, coordinar y llevar a cabo las obras.
Los primeros meses se dedicaron a la consolidación del templo después de la destrucción de su tejado y parte de las bóvedas, gracias a trabajadores de altura que, colgados como alpinistas, aseguraron lo que quedaba de la cubierta, los muros y los arbotantes.
La retirada de más de 500 toneladas de andamios destruidos y escombros del tejado no pudo comenzar hasta junio de 2020. Posteriormente, se inició la limpieza del hollín del incendio y la suciedad acumulada durante siglos en muros, frescos y cuadros.
El órgano fue desmontado pieza por pieza, incluyendo sus 8,000 tubos, para una limpieza profunda del hollín acumulado.
Paralelamente, Francia pudo presumir de conservar oficios artesanales heredados de la Edad Media: escultores de piedra, trabajadores de la madera, del cobre y del plomo, así como expertos en campanas. Estos auténticos artistas han ido recuperando o recreando distintos elementos dañados o destruidos, como algunas esculturas, mientras que las estatuas y los adornos más valiosos del templo permanecieron intactos.
También se ha recreado el bosque de vigas de madera que sostenía el tejado, las cubiertas de plomo y la aguja de madera forrada de plomo, construida en el siglo XIX durante la restauración de Eugène Viollet-le-Duc.
Polémicos cambios contemporáneos
No obstante, el proceso no ha estado libre de controversias, especialmente por los planes del presidente Emmanuel Macron y su Gobierno para construir una aguja de estilo contemporáneo y reemplazar las vitrinas del siglo XIX por otras de diseño moderno.
Respecto a la aguja, el Gobierno «tuvo que renunciar ante la presión», tanto popular como de un millar de expertos de todo el mundo, recuerda a EFE Julien Lacaze, presidente de Arts et Patrimoine, la asociación de defensa del patrimonio más antigua de Francia.
Esto, sumado a la sustitución de las vidrieras, un plan que sigue su curso, lleva a Lacaze a reprochar a Macron y sus asesores por no comprender que Viollet-le-Duc concibió su reforma «como una obra total» en armonía con el edificio del siglo XIII.
A pesar de las controversias, Lacaze se muestra en general «satisfecho» con el resultado final, ya que presenta «el color blanco de la piedra oculto por siglos de suciedad» y los «vibrantes colores» de las pinturas del siglo XIX. «Una maravilla», resume.
Sin embargo, este experto lamenta varias «oportunidades perdidas», como no haber aprovechado las obras para realizar excavaciones arqueológicas más sustanciales dentro del templo. También cree que se podrían haber exhibido nuevamente, aunque fuera temporalmente, los llamados ‘mays’, los más de 60 cuadros monumentales que adornaban el templo, retirados durante la Revolución Francesa y que ahora están repartidos por distintas localidades del país.
Lacaze entiende que los responsables eclesiásticos hayan querido renovar el mobiliario del interior, algo que considera «normal» en la vida de un templo, aunque opina que las sillas elegidas son «más propias de un espacio de coworking».