En el país nacional llevamos muy mal las derrotas, negados a entender que cuando perdemos nos estamos entrenando para ganar. La derrota es un training de Dios para alcanzar la victoria sin perder la humildad.
Lo anterior, tiene que ver, no sólo con la política o los negocios, también con el amor. Al fin, el que pierde un mal amor, no sabe lo que gana… y al final se encuentra a sí mismo. O como escribió Umbrales, (sempiterno enamorado de la Taveras, allá en Sevilla): “de tanto perderte me gané, de tanto buscarte me encontré”. También en el amor, todo fracaso es el inicio de una victoria con todas sus eróticas consecuencias. Hagan memoria y sonrían, estamos en diciembre.
En los países mulatos y empobrecidos, paraísos diabólicos de la desigualdad social maldita, no se puede ser ateo, que es una cosa complicada de la que sólo se puede hablar después de haber cenado. El agnosticismo es un devaneo primermundista. Aquí, la creencia en Dios es un mandato de las carencias materiales, de la necesidad que tenemos todos de sobrevivir en un gran museo del absurdo que es el país entero en cualquier parte.
Es bueno saber perder. La derrota nos hace humildes para la victoria y sus bondades, ya dije. Y así, el bendito día en que una boca se pose en la tuya y sus labios recorran tu cuerpo con la precisión del mar cuando juega con la arena; y te saluden los panaderos del pueblo, y te hagan bromas los taxistas sin prisa, podrás irte feliz a construir tus sueños, apoyado apenas en la brevedad de su cuerpo, ¡ay!, solo empequeñecido por la inmensidad de su ternura.
Hay que ser humildes y saber perder en la política, en los negocios, en la amistad y sobre todo en el amor, sin violencia, sabido como se sabe que el único rencor decente contra una hembra es un bolero, la única venganza…ser feliz, que siempre digo. “Amar es renunciar a la fuerza”, escribió Kundera, más aún en un injusto país cualquierizado y marchoso, irresponsable y violento. Cualquierizado país en su ética de alcantarillas, donde se ha intentado con doloroso éxito irrespetar todo, incluida la Patria, una mujer, la esperanza. ¡Perdón por redundancia!
Por diciembre y sus nostalgias, seamos humildes. Al fin, todos venimos del polvo… y no iremos con el viento.
El bulevar de la vida
Pablo McKinney